La butxaca màgica

diumenge, de gener 14, 2007

Ni siquiera se ha hecho de día cuando me despierto súbitamente al ritmo del insistente sonido de la alarma del móvil.

Tiemblo.

Otra vez he estado soñando. Tengo los músuclos entumecidos y el corazón me palpita con fuerza. Sacudo la cabeza y me pongo en pie, una ducha rápida me sentará bien. Mientras el agua, casi hirviendo, cae sobre mi cuerpo todavía adormecido, no puedo dejar de pensar en el origen de esos sueños (pesadillas, diría yo) que me vienen persiguiendo desde tanto tiempo atrás.
Los dígitos del reloj me dicen que tengo poco tiempo para desayunar y que más me vale espavilarme o volveré a llegar tarde de nuevo. Dando tumbos me dirijo a la puerta de casa y, al salir, un golpe de aire gélido me sacude la cara, y los brazos, y todo el cuerpo... Me obliga a volver a entrar a por alguna prenda de abrigo (el tiempo cada vez está más loco, tres días abrasadores y de golpe el termómetro vuelve a estar bajo cero).

Las vías del metro siguen inundadas, lejos aún de volver a estar operativas. No me queda más remedio que echar a andar en mi bicicleta, si se le puede llamar así a ese conjunto de piezas de acero deformes y abolladas apoyado en la pared. Los pedales se niegan a moverse, pero finalmente logro hacerlos girar al mismo tiempo que, lentamente y chirriando, el engranaje se despereza y protesta por despertarlo de su letargo. Le doy un repaso rápido para asegurarme de que, tras tanto tiempo sin uso, aguantará el trayecto hasta lo que antaño fue el barrio de la Barceloneta.
Hago un esfuerzo por ponerme en marcha (en dos o tres minutos ya habré entrado en calor), me pongo la capucha que me proporciona ese aire misterioso que tanto me gusta y echo a rodar.